Las dos pilares de la salud

La cefalea y la medicina china

Beatriz Daza Molina

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Vivimos en una sociedad que sabe más que nunca acerca de todo, con un acceso ilimitado a la información de todo tipo, incluyendo – claro está – sobre la salud. Sin embargo esto no genera sociedades más sanas.

Son muchos los motivos, aunque en parte esto es así por cómo pensamos acerca de la salud: en el mundo occidental, el paradigma médico-científico actual, por sus planteamientos de origen y su posterior desarrollo ha derivado en una medicina interesada, sobre todo, en la enfermedad. De este modo los usuarios son los enfermos y el trabajo se enfoca en tratar la enfermedad, en vez de a la persona.

De ahí que apenas hemos aprendido a cuidar de nosotros mismos en continuidad y con sentido, dejando nuestra salud en manos de otro, ¿Quién no ha oído el típico “si me pongo malo voy al médico y que me cure”? Así comprobamos, una y otra vez, que personas con conocimientos saludables mantienen comportamientos nocivos en la creencia de que su estado de salud depende de alguien ajeno a un@ mism@. Es decir, que el saber no supone diferencia si éste no se lleva a la práctica. Y con el cuidado sucede lo mismo: en general, solo se piensa en ello, en cuidarse, cuando hay algo que resolver.

Sin embargo otras culturas han desarrollado, desde hace siglos, distintos paradigmas en torno a la salud cuya concepción del autocuidado constituye la base misma de sus sistemas médicos.
En China o en Grecia, por ejemplo, el auge de determinadas corrientes filosóficas, generaron desarrollos importantes en torno al autocuidado con la práctica llamada “el cultivo de sí”.

Ésta enfatiza y valora la importancia de las relaciones del individuo consigo mismo mediante un principio simple que guía este concepto: hay que cuidarse y respetarse a sí mismo. Y mientras no sea así, señala al hombre como responsable de la aparición de la enfermedad en tanto no realiza “el cuidado de sí”.

Para estas culturas este principio dominaba el arte de la existencia hasta el punto de ser la diferencia fundamental con otros seres vivos, pues supone un privilegio y un deber, ya que nos lleva a tomarnos a nosotros mismos como sujeto de nuestros actos y convierte al autocontrol en una forma de cuidado.

Su implicación más directa es que la persona es la encargada de responder por su estado de salud y sostenerlo, tomando al ser en toda su dimensión: física, mental, psicoemocional y espiritual.

Y si el autocuidado de calidad es el pilar fundamental sobre el que se cimenta la buena salud, el otro – consecuencia de éste – es el tiempo. Ocurre con muchísima frecuencia que durante años y años apenas nos prestamos atención – en lo que comemos, dormimos, disfrutamos, en la medicación que tomamos, en el estado de nuestras emociones, en las decisiones que tomamos, en lo que cedemos, en lo que callamos, etc. – y vamos solventando con parches y arrastrando consecuencias que consideramos “aceptables” que minan nuestra calidad de vida y comprometen la capacidad de nuestro organismo para corregir, reparar y reponer.

Mirando en perspectiva, ¿acaso nos extraña la actual erupción de enfermedades crónicas, autoinmunes, de cuadros complejos y patologías poco reactivas a los tratamientos habituales? Son situaciones que llevan desarrollándose durante muchísimo tiempo, con una altísima relación con el estrés fisiológico y emocional y por lo tanto, directamente relacionadas con la falta de un autocuidado de calidad muy prolongado en el tiempo.

Ahora bien, para manejar y corregir esto en lo que se pueda es imprescindible iniciar el camino inverso: cuidarse en continuidad y con sentido. Pero eso también hay que reaprenderlo, porque esa persona ha llegado ahí por no hacerlo bien… y quizá pensaba que sí, por lo que tendrá que remover ideas asentadas, costumbres, desconocimiento, … vamos que para cuidarse hay saber, tener ganas y estar motivad@… y a ser posible, acompañad@. Y sí, tener constancia, paciencia (a veces, muuuucha paciencia), asumir que en cuatro días no se cambia un daño de años; asumir de una vez por todas que la salud es el bien más preciado de cada quien; asumir que realmente depende de ti y que con mimo, tiempo y el gusto de cuidarte te cambiará la vida.

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